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La muerte de Bin Laden: una mirada Centroamericana

La muerte de Bin Laden: una mirada Centroamericana

La ejecución extrajudicial no la inventó la CIA ni los SEALS, pero la ha llevado a un plano superior
Geopolítica – 12/05/2011 8:11 – Autor: Julio Abdel Aziz Valdez – Fuente: Webislam
  

 
Etiquetas: bin laden, cia, asesinato
La muerte de Bin Laden: una mirada Centroamericana
La muerte de Bin Laden: una mirada Centroamericana

Se redobló la seguridad en los aeropuertos desde que la noticia apareció en los periódicos locales, y las fuerzas policiales desempolvaron los manuales proporcionados por las Embajadas Norteamericanas y emitieron la alerta terrorista.

Las fuerzas policiales locales no son el ejemplo más notorio de profesionalismo investigativo, es por eso que la asistencia norteamericana rebasa los límites de asistencia técnica para asumir el de administración per se. No le son extraños los operativos, a guisa de ejemplo, de la DEA con apoyo de agentes locales e igual sucede en el campo del tan anunciado terrorismo, donde las embajadas cuentan con sus propios especialistas que, además de mandar reportes cotidianos a sus respectivas agencias en Washington, aconsejan al Embajador de turno.

La migración de población árabe musulmana se ha mantenido en una media a nivel centroamericano. Ésta sigue ubicándose como una minoría dentro de las minorías y sus aportes, aun cuando son significativos en algunos campos económicos, siguen siendo periféricos en cuanto al desarrollo cultural se refiere; el peso de la cercanía con Estados Unidos junto con las grandes tendencias latinoamericanas es abrumador.

Sin embargo, desde los atentados del 11 de septiembre, al igual que en otras latitudes de occidente, se ha producido un sostenido crecimiento de conversiones al islam en la población local, que sigue siendo escasa en relación al número de creyentes dentro del cristianismo (en sus diferentes denominaciones), pero si hay una lección que deja la figura de Bin Laden es que no se necesitan grandes cantidades de adeptos para llevar a cabo acciones que puedan tener objetivos a nivel mediático internacional.

Sobre esa base, los servicios de inteligencia ven en cada comunidad musulmana un potencial peligro, por pequeña que sea, no se necesita igualmente de nexos o afiliaciones sino de tan solo convencimiento, los medios se pueden conseguir a nivel local.

Centroamérica es un corredor de droga hacia los Estados Unidos y en ese proceso de crecimiento del crimen organizado, influenciado mucho por la CIA, se llegó a debilitar tanto el Estado que permitió el crecimiento de organizaciones paralelas; esta situación de ausencia de Estado es la que preocupa a los norteamericanos, que contradictoriamente facilitan más la droga, que es un peligro más tangible para los ciudadanos norteamericanos que el llamado “terrorismo islámico”.

La idea de una ejecución extrajudicial (de Bin Laden) no es algo extraño para el centroamericano promedio (no del triangulo Honduras, El Salvador y Guatemala) de hecho a diario se convive con este tipo de realidades a tal punto que no es posible establecer criterios de relación entre transgresión-sanción. Así, hubo muchos comentarios en los blogs de los periódicos que se congratulaban y afirmaban que lo mismo debería de hacerse con los “delincuentes locales”. Y resulta interesante en ese ambiente que la cooperación que brinda AID se sustenta en bases legales que ellos mismo no fomentan en sus propios países (gobernabilidad, fortalecimiento en la aplicación de justicia y rendición de cuentas)

Pero, ¿qué es una ejecución extrajudicial? En la región, el concepto adquiere importancia durante el conflicto armado, un enemigo huidizo el cual solo puede ser destruido, no remitido a tribunales porque su encarcelamiento puede ser una arma propagandista. La ejecución tiene como objetivo político el propagar el miedo, “todos saben quien lo hizo, pero nadie tiene pruebas” y nadie puede reclamar, la ejecución no le permite a la victima la dignidad de una sepultura, el anonimato permite que la imaginación vuele en un mar de violencia. Sepultura en medio del mar, donde precisamente muchos opositores latinoamericanos fueron a parar, “pero todo esto salvó vidas”, eso era al menos lo que decían los militares centroamericanos cuando bombardeaban una aldea en busca de guerrilleros, el mal menor, eso permitía sobrellevar la culpa si es que alguna vez la hubo. Obama se acerca al lugar donde estuvo el Word Trade Center y ora, “al fin fueron vengados”. Y los miles de muertos en los bombardeos en Kandahar, Qunduz, Kabul y otras ciudades Afganas, ¿no contaban?

Para qué enjuciar si los puedes asesinar

Diariamente las calles de El Salvador y Guatemala en las décadas de los setenta y ochenta, aparecían cadáveres de líderes sindicales, populares y estudiantiles, muchos de los que en la lógica de la política de Seguridad Nacional representaban una amenaza al Estado, pero llevarlos ante un tribunal hubiera representado desgaste político al endeble orden jurídico de ese mismo Estado, por lo tanto se crearon comandos especializados de limpieza, sin nombre, sin identidad, que respondían a mandos de inteligencia del ejército y la policía. Esos años de “limpieza social” allanaron lo que hoy sucede a diario, siguen apareciendo cadáveres, torturados, desmembrados. Las fotografías publicadas por EFE de los cadáveres de la supuesta escolta de Bin Laden, en realidad más que pruebas eran trofeos cómo los que acostumbraban los cazadores de cabelleras en el antiguo oeste norteamericano, no en balde deciden dar el nombre clave de Gerónimo al objetivo.

No es justicia la ejecución extrajudicial, es asesinato simple y sencillo, el que paga a un sicario para que ajuste una cuenta como sucede a diario en las calles de nuestras ciudades, no es justicia, pero ahora los norteamericanos lo han elevado a nivel de categoría de la cultura neoliberal.

La ejecución extrajudicial no la inventó la CIA ni los SEALS, pero la han llevado al plano superior, al menos superaron las lecciones del Tsahal (fuerzas armadas israelíes), que para ejecutar a un enemigo optan por destruir un poblado entero.

Élites apátridas, siempre son necesarias

El papel de Pakistán como receptor y dependiente de ayuda financiera norteamericana y su reacción “pusilánime” ante la clara violación de su soberanía es algo que se entiende muy bien desde esta parte del Continente, a pesar de la existencia de más de cuatro millones de centroamericanos en Estados Unidos, gran parte de ellos en condiciones migratorias irregulares, no fueron capaces estos gobiernos de impedir que se asociara el derecho a la migración a la creciente paranoia antiterrorista post 11S.

En nombre de la Seguridad Nacional Estados Unidos comete actos contra la dignidad humana, tortura, debido proceso, asesinatos, arrestos ilegales, separación de familias, humillación, racismo y mucho más, y hasta ahora no ha habido más que condenas morales, no se ha conducido a este gobierno a las puertas de los tribunales internacionales y no se hace precisamente porque pesa más la balanza comercial que el de las vidas humanas.

La reacción pakistaní fue la de advertir “que no vuelva a suceder” como si esta muerte fuera la primera cuando por todo mundo es sabido la infinidad de veces que los Drones (aviones no tripulados) bombardean supuestas bases talibanes en suelo pakistaní con cauda de centenares de muertes en estos actos.

Pakistán, a pesar de la distancia, está mucho más cerca de lo que se pensaba, elites gobernantes que no conocen la ética, que utilizan el pretexto del combate al enemigo interno para suscribir convenios de dependencia geoestratégica con el Imperio.

Los servicios de inteligencia pakistaní pudieron haber realizado el operativo pero era imprescindible para este montaje mediático ver al Presidente en la Sala de Operaciones junto con su galante Secretaria de Estado, eternizar la imagen del combatiente invencible que divulgan lo videojuegos, esa misma imagen se repite con frecuencia en los operativos de captura de capos en Centroamérica por agentes de la DEA. Anualmente se recompensa la “colaboración” con aportes financieros individuales y fines de semana en Miami para el «shopping«.

Del 11 de septiembre a la revolución árabe

Para el Debate: Del 11 de septiembre a la revolución árabe

de Periódico El Libertario, el Martes, 10 de mayo de 2011 a las 14:14
 
Por Simón Rodríguez Porras

De acuerdo con la versión oficial, un grupo comando yanqui entró en la noche del 1 de mayo a la vivienda donde se encontraba escondido Osama Bin Laden junto con miembros de su familia, cerca de la capital pakistaní, y pese a no ofrecer resistencia fue ejecutado, al igual que varios de sus acompañantes. Luego arrojaron su cuerpo al mar, aplicando el método de la desaparición forzada que durante años la Escuela de las Américas enseñó a los terroristas de Estado latinoamericanos.

Bin Laden fue un integrista islámico armado y entrenado por la CIA, como otros miles de mercenarios, para combatir a los soviéticos en Afganistán. Los cuervos criados por el imperialismo luego impulsaron su propia agenda, que incluía expulsar las bases militares yanquis de Arabia Saudita, donde se encuentran los sitios religiosos más importantes para los musulmanes, y terminar con la situación colonial de Palestina. La agrupación de Bin Laden ya había alcanzado cierta notoriedad antes de 2001, por ataques contra objetivos militares de EEUU en Arabia Saudita y Yemen, y contra las embajadas gringas en Kenya y Tanzania, ataques en los que hubo centenares de víctimas civiles africanas. Su actividad había sido el pretexto para bombardeos criminales como el perpetrado por el gobierno de Clinton contra la precaria industria farmacéutica de Sudán. Cuando cayeron las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, Bin Laden aplaudió los atentados sin asumir responsabilidad por su ejecución. Como suele ocurrir con las acciones aisladas, estos atentados no generaron ningún tipo de movilización contra la política exterior de los EEUU, ni siquiera en aquellos países oprimidos donde fueron percibidos como una venganza por los largos años de matanzas y crímenes de todo tipo perpetrados directamente o con apoyo del gobierno estadounidense, tales como Irak y Palestina. En EEUU generaron una confusión general que fue aprovechada por la élite gobernante para alimentar un patrioterismo extremo.
El gobierno de Bush solicitó a la dictadura teocrática del Talibán que extraditara a Bin Laden por la autoría intelectual de los ataques, pero la dictadura pidió pruebas de las acusaciones para detenerlo y entregarlo. Bush respondió a esta solicitud invadiendo Afganistán, invasión que ha cobrado decenas de miles de víctimas civiles. (1)
 
Casi diez años después, embriagado por la ejecución de Bin Laden, Obama pronunció un discurso en el que aseguró que EEUU podía hacer cualquier cosa que se propusiera en el mundo. Los hechos nos dicen todo lo contrario: hoy el imperialismo no puede hacer lo que le dé la gana. Es cierto que los ataques de 2001 crearon las condiciones políticas internas para que el gobierno de los EEUU pudiera lanzar una campaña de invasiones, restringiera las libertades democráticas con la Ley Patriota y otros instrumentos regresivos, e incluso creara centros de tortura secretos en Europa y un campo de concentración en Guantánamo, todo esto a nombre de la guerra contra el terrorismo. Parecía que, como diría Obama, los yanquis podían hacer lo que se propusieran, sin importar el odio que despertaran en todo el mundo sus crímenes. Pero esa situación ha cambiado radicalmente.
El pueblo árabe «ha dicho basta y ha echado a andar»
Los invasores han tenido que replegarse en Irak y comenzar su retirada, derrotados por la resistencia, mientras que Afganistán se ha convertido en un pantano para los invasores. Los saharahuis y los palestinos se mantienen en resistencia contra la ocupación colonial, que no ha podido ser derrotada. A partir del presente año se ha desatado una insurrección de masas contra las dictaduras y las degeneradas monarquías que plagan el mundo árabe. Uno de los pilares de la dominación yanqui en la región, y aliado incondicional de Israel, el dictador egipcio Hosni Mubarak, ha caído, al igual que el dictador tunecino Ben Alí. Hay tremendos procesos revolucionarios en curso en Libia, Siria, Yemen y Bahrein. Son procesos con una importante carga antiimperialista, en los que los integristas islámicos no juegan ningún papel relevante. En Egipto, los Hermanos Musulmanes tienen un programa político se asemeja al del partido gobernante de Turquía, autoritario y sin roces significativos con el imperialismo. Pese a ser una organización de relativa importancia dentro de Egipto, no apoyaron activamente la rebelión, de hecho se pronunciaron contra Mubarak después de que había caído.
El programa burgués y autoritario de los integristas islámicos choca con las reivindicaciones democráticas y sociales que están en el centro de la rebelión árabe, las cuales son la expresión de sus potencialidades anticapitalistas. Incluso en Palestina, donde Hamas había capitalizado un gran apoyo popular gracias a su posición de independencia y resistencia frente al fascismo sionista, se ha materializado un pacto de unificación del gobierno con la dirección de Fatah, que es la máxima expresión del colaboracionismo y de la renuncia a las banderas originales de la lucha anticolonial. El camino recorrido por Fatah es análogo al de los nacionalismos burgueses de la región, incluyendo el propio Mubarak, heredero del nasserismo, Kadafi y Al Assad de Siria, quienes demostraron las limitaciones y el retroceso de ese proyecto histórico, convirtiéndose en apéndices de la política imperialista en la región y sus regímenes son hoy el blanco de la furia popular.
Terrorismo o revolución
Por enésima vez se confirma que el terrorismo como método de lucha no sólo es ineficaz sino perjudicial para la causa de los pueblos, pues impide a las masas asimilar que a través de la movilización pueden tomar su destino en sus propias manos. Acciones aisladas e indiscriminadas, que cobran numerosas víctimas civiles, aterrorizan mucho más a la población general que a la élite gobernante, y por eso le brindan a ésta la ocasión para desatar la represión y en ocasiones utilizar otro tipo de terrorismo mucho más poderoso, por cuanto cuenta con recursos infinitamente mayores, como lo es el terrorismo de Estado.
En cambio, las acciones de masas en Yemen, las huelgas en Egipto, la creación de los comités revolucionarios en Túnez, el armamento popular y el combate contra Kadafi en Libia, los choques con los esbirros del ejército sirio y la quema del Palacio de Justicia por parte de miles de manifestantes enardecidos, los alzamientos estudiantiles contra la monarquía corrupta marroquí, son experiencias en las que son protagonistas y se educan políticamente millones de personas, saboreando el verdadero poder transformador de la movilización. Cuando el ejército reprime salvajemente, se fractura, como ha ocurrido en Libia y en menor grado en Siria, y si es incapaz de hacerlo, como en Túnez y Egipto, los gobiernos caen.
Obama: alegría de tísico
Los festejos en Washington por la ejecución del líder de Al Qaeda no se corresponden con la severa crisis de dominación yanqui en el mundo árabe, la cual no se revertirá por la desaparición física de un fanático que llevaba años aislado y sin ejercer una influencia significativa sobre la vida política de la región. El propio secretismo oficial sobre la ejecución es una muestra de debilidad, y es pasto para que proliferen diversas versiones sobre qué pretende Obama ocultar.
Con la intervención militar en Libia y la invasión saudí contra Bahrein, el imperialismo intenta frenar la revolución árabe, pero hasta los momentos no ha tenido el menor éxito. Hundiéndose en una crisis económica de enormes dimensiones y con escaso apoyo popular para aventuras guerreristas, la tradicional disposición agresiva y violenta de la política exterior yanqui se resiente de una tremenda impotencia. La celebración del gobierno de Obama es alegría de tísico. Hoy los pueblos árabes están logrando algo mucho más importante y efectivo que derribar las Torres Gemelas. Están derribando los regímenes en los que se ha apoyado EEUU durante décadas para oprimir y saquear el Mahgreb y el Oriente Medio.
Nota:
1.- Hasta el día de hoy, no se ha publicado una investigación profunda y concluyente sobre los ataques del 11 de septiembre. La página del FBI incluye a Bin Laden en su listado de «Criminales más buscados», y en la ficha correspondiente menciona su responsabilidad en los ataques a las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenya, pero curiosamente no menciona su relación con los ataques del 11 de septiembre. La ficha de Bin Laden se puede observar en el siguiente enlace: http://www.fbi.gov/wanted/wanted_terrorists/usama-bin-laden
(Consultada el 9 de mayo de 2011).

Tomado de Laclase.info

Consejos históricos para deshacerse del enemigo muerto

Consejos históricos para deshacerse del enemigo muerto

El problema se ha planteado y resuelto de diferentes maneras a lo largo de la historia

JACINTO ANTÓN 03/05/2011

¿Qué hacer con el enemigo muerto?

El problema se ha planteado y resuelto de diferentes maneras desde que Aquiles se cebó con el cuerpo de Héctor, que es muy a menudo la primera reacción natural que tienes tras cargarte a alguien contra el que te las has tenido duras (el pélida luego se ablandó y lo devolvió, ajado, eso sí).

Probablemente muchos en EE UU hubieran visto bien que Obama enganchara al abatido Bin Laden a un carro y lo arrastrara por, pongamos para hacerlo más homérico y ejemplar, el polvoriento Afganistán.

En cambio ese hijo del desierto ha tenido un entierro de marino, qué cosa.

Osama Bin Laden      Osama Bin Laden  Nacimiento:  1957  Lugar: Yeda

Deshonrar y hasta mutilar al líder enemigo caído, convertir su cráneo en copa, quedarte una mano o el pelo, ha sido habitual en la Historia -sin duda también en la prehistoria-, especialmente si el tipo había sido muy peligroso.

La Biblia, siempre tan edificante, aporta numerosos ejemplos de trato poco amable con los enemigos caídos: se los echaba a los perros, previo corte del prepucio en caso de que no estuvieran circuncidados. David exhibió la cabeza de Goliath y sus armas y dio su cuerpo a las aves del cielo y los animales de la tierra, que suena poético pero es, hay que convenir, desconsiderado.

El buen trato ha quedado normalmente para los rivales que no eran excesivamente peligrosos; se puede ser elegante con el cadáver del barón Rojo, por ejemplo, un individuo en el fondo irrelevante aunque derribara muchos aviones, o con Napoleón una vez desactivado por la vía de dejarlo vegetar un buen tiempo. O con Lee, al cabo uno de los nuestros, enterrado con gran pompa en Arlington.

Eliminar o escamotear el cuerpo es un recurso corriente. El cadáver de un gran enemigo suele seguir siendo peligroso; sus partidarios pueden convertir en santuario su tumba y extraer fuerza de ella, y ya no lo puedes matar dos veces.

O a veces sí: a Oliver Cromwell se lo desenterró para una insólita ejecución póstuma, el cadáver fue desmembrado y la cabeza empalada, aunque una tradición sugiere que el verdadero cuerpo fue sepultado por sus partidarios en el Támesis -una tumba húmeda, como la de Osama- para evitar precisamente las vejaciones.

Lord Kitchener, se sostiene, tras bombardear su tumba en Omdurman hizo desenterrar el venerado cuerpo del mesiánico Mahdi, que les había dado tanta guerra a los británicos en Sudán, y se hizo con su cráneo un tintero.

Es conocido el revuelo con el cadáver del Che Guevara: enterrado de mala manera tras su tortura y asesinato, se le cercenaron las manos para poder cotejar sus huellas dactilares con las de la policía argentina (hoy hay medios más sutiles que se habrán empleado seguramente con Bin Laden). En 1997, tras revelarse el paradero del cuerpo, fue exhumado y repatriado a Cuba con gran ceremonia, aunque hay fundadas dudas de que se trate del auténtico.

Desconocemos el destino de los cadáveres de los grandes enemigos de la antigua y práctica Roma, de la que es tan heredero EE UU: ni Aníbal -aunque se le atribuye una en Turquía-, ni Vercingetorix (ejecutado miserablemente tras pasearlo en triunfo César), ni Arminio han tenido tumbas que podamos ubicar con certeza (y que podrían haber alentado resistencias).

No es casual tampoco, probablemente, que ni Zahi Hawass pueda encontrar la de Cleopatra. Los romanos tenían experiencia del impacto de un cadáver en la opinión pública como muy bien experimenta el Brutus de Shakespeare.

Con los líderes nazis se fue con mucho tiento para no convertir sus últimas moradas en lugar de peregrinación y rearme ideológico. Los cuerpos de los ejecutados tras los juicios de Nurenberg fueron incinerados y las cenizas esparcidas en el río Issar. Las de Eichmann los judíos las arrojaron al mar. El cuerpo de Rudolf Hess fue devuelto a la familia pero con la condición de enterrarlo en secreto.

El caso de Hitler, como todo él, es especial. Los rusos sepultaron, después de enterrarlos y exhumarlos el SMERSH varias veces por la paranoia de Stalin, sus restos carbonizados junto a los de Eva Braun y Goebbels y su mujer (los dos últimos solo algo braseados) en un lugar cuya localización se mantuvo oculta y tras conservar algunas cosillas.

En 1970 el KGB hizo desaparecer definitivamente todos los restos -que se sepa- quemándolos y arrojando las cenizas al Elba. Hay que tener cuidado, no obstante, con el impulso inicial de maltratar el cadáver del enemigo y deshacerte de él: luego te encuentras con las dudas sobre su identificación (aunque la fotografía ha ayudado mucho) y sin trofeo.

Si humillas, además, aumentas el deseo de venganza. Exhibir la presa es fundamental para que se sepa que la has cobrado (y aleccionado). Recuérdense las imágenes del Mono Jojoy de las FARC el año pasado (y que a Tiro Fijo se le dio por muerto en varias ocasiones).

En el pasado, se solía llegar a una solución de compromiso: te ensañabas con el cuerpo, al que le podías hacer mil pillerías, y conservabas la cabeza, como testimonio y ejemplo.

Fue lo que hicieron en el siglo IX los árabes de Ibn Rustum tras ejecutar a los vikingos que habían asaltado Sevilla: las cabezas de los jefes fueron enviadas a Bagdad preservadas en miel.

Otro líder célebre, enemigo de EE UU, por cierto, del que se conservó villanamente la cabeza, que se exhibió en ferias disecada -fue devuelta a la familia en 1984-, es el Jefe José (Kintpuash), el valeroso caudillo de los indios Modoc, ahorcado en 1873 después de perder su tribu la guerra contra los cuchillos largos. Siempre se ha intentado evitar que los restos del líder caigan en manos del enemigo.

No solo por honor: luego siempre puedes decir que ha sobrevivido y un día volverá (hay que ver la que se montó con ese resistente judío llamado Jesucristo); resulta imposible vencer a una sombra.

Es legendaria -y la narró el recién desaparecido Ernesto Sábato- la cabalgada de varios días de los hombres del general Lavalle, de Jujuy a Huacalera, con el cuerpo putrefacto del jefe para evitar que se hicieran con él las tropas del general Oribe: al final los fieles soldados decidieron descarnar al amado mando y transportar solo los huesos…

Fundamentalismo islámico: ¿Religión o cortina de humo?

  1. Fundamentalismo islámico: ¿Religión o cortina de humo?
«CIA = policía = Al Qaeda». Leyenda aparecida en un muro de un barrio de inmigrantes árabes en Madrid
Opinión – 10/04/2005 0:00 – Autor: Marcelo Colussi – Fuente: Rebelión
CIA-Al Qaeda
CIA-Al Qaeda

Ante todo es necesario hacer dos precisiones preliminares: por un lado debe aclararse que el presente escrito está hecho por un occidental y dirigido, fundamentalmente, a occidentales. Es importante decirlo porque el fenómeno a estudiar está lejos de nuestra cotidianeidad, de nuestro ámbito de intereses inmediato, y por tanto –es obligado reconocerlo– guardamos con él una cierta distancia, lo cual puede ser «científicamente sano», pero también nos coloca en la situación de estar ante algo bastante desconocido: hablaremos desde nuestra cosmovisión sobre otra cosmovisión que no nos ese familiar. Por otro lado, lo que aquí presentamos pretende ser, básicamente, una lectura política de un fenómeno que comporta diversas e intrincadas facetas: políticas y también sociales, psicológicas, históricas, lo que nos alerta, desde el primer momento, de lo puntual del análisis propuesto: estamos hablando de una cara de un problema infinitamente complicado. Es decir: hablamos en términos políticos y como occidentales de un proceso no occidental y más complejo que lo sólo político.

Hechas estas consideraciones –necesarias tanto en nombre de la corrección académica como de la equidad en términos éticos– debemos dejar claro que el objeto de estudio en cuestión es, hoy por hoy, uno de los temas más popularizados, por tanto más banalizados, y por ello mismo más sujeto a equívocos. En realidad no hay un gran esfuerzo académico por circunscribirlo sino, curiosamente, su tratamiento es más bien mediático: es un tema-idea-problema impuesto por los medios de comunicación de masas, sin dudas con una agenda política por detrás. Aunque no se sepa bien qué significa, el término «fundamentalismo» ha pasado a ser de uso común. Y más aún el de «fundamentalismo islámico». Para adelantarlo de una vez: según el imaginario colectivo que los medios han ido generando en Occidente, el mismo es sinónimo de atraso, barbarie, primitivismo, y se une indisolublemente a la noción de terrorismo sanguinario.

Como primera aproximación podríamos decir que, de un modo quizá difuso, está ligado a fanatismo, ortodoxia, sectarismo. De alguna manera está en la antípoda de un espíritu tolerante y abierto. En general suele asociárselo –lo cual es correcto– con el ámbito religioso.

En sentido estricto, el término «fundamentalismo» tiene su origen en una serie de panfletos publicados entre 1910 y 1915 en Estados Unidos; con el título «Los Fundamentos: un testimonio de la Verdad», los documentos escritos por pastores protestantes se repartían gratuitamente entre las iglesias y los seminarios en contra de la pérdida de influencia de los principios evangélicos en ese país durante las primeras décadas del siglo XX. Era la declaración cristiana de la verdad literal de la Biblia, y las personas encargadas de su divulgación se consideraban guardianes de la verdad. De tal modo, entonces, fundamentalismo implicaría: «retorno a las fuentes, a los fundamentos».

Existen distintas definiciones y sinónimos para el fundamentalismo religioso. Para tomar alguna, por ejemplo, podríamos citar la que propone Ernest Gellner: «la idea fundamental es que una fe determinada debe sostenerse firmemente en su forma completa y literal, sin concesiones, matizaciones, reinterpretaciones ni reducciones.

Presupone que el núcleo de la religión es la doctrina y no el ritual, y también que esta doctrina puede establecerse con precisión y de modo terminante, lo cual, por lo demás, presupone la escritura».

Todas las religiones, en mayor o menor medida, pueden comportar rasgos fundamentalistas.

En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha conocido momentos de fanatismo e intolerancia increíbles; la Santa Inquisición abrasó en la hoguera a quinientas mil personas en nombre de la lucha contra el demonio, y si bien eso no sucede en la actualidad, la ortodoxia llevada a extremos delirantes persiste.

Sólo para muestra: durante la guerra en Bosnia el Papa Juan Pablo II mandó una carta abierta a las mujeres que habían quedado embarazadas después de ser violadas, en la que les pedía que no se practicaran un aborto y que cambiaran la violación en un acto de amor haciendo a ese niño carne de su carne.

Una primera hipótesis que esto nos plantea es que el «salvajismo» fundamentalista, en todo caso, no es patrimonio islámico como la verdad mediática nos lo presenta cotidianamente.

El Islam (palabra árabe que significa «entrega a Dios, sumisión a su voluntad») no es sólo una religión; es, más precisamente, un proyecto sociopolítico de base religiosa. El Islam se define a sí mismo como una ideología que engloba religión, sociedad y política y que se basa en un texto sagrado: el Corán. Por tanto, el Corán no es un libro exclusivamente religioso.

El profeta Mahoma, entre los años 622 y 632, organizó la sociedad musulmana con numerosas reglas sociales. La tarea de un gobierno musulmán es organizar toda la vida social según esas normas y expandir el Islam lo máximo posible. Todo debe ser islamizado: desde lo que se habla por los altavoces de las mezquitas hasta los periódicos, la televisión, la escuela, las relaciones interpersonales.

Para el presente análisis es imprescindible partir de la base que la actual y difundida hasta el hartazgo caracterización de la cultura musulmana como intrínsecamente «atrasada», «bárbara» –visión sesgada y ahistórica por cierto– borra tiempos de grandeza inconmensurable, hoy ya idos.

El Islam desplegó por siglos un poderoso potencial creativo, filosófico y científico-artístico, superior en su época al del Occidente cristiano; ahí están su colosal arquitectura, el álgebra, los avances médicos, su arte, como testigos de un gran momento de esplendor.

Sin embargo la moderna revolución científico-técnica de la era industrial no surgió en suelo islámico sino que ha irrumpido en éste desde fuera, la mayoría de las veces bajo el signo del colonialismo.

Hoy por hoy –es la cruda realidad– el mundo árabe no marca la delantera cultural del planeta; su lugar en el concierto mundial se ve relegado, al menos para la lógica que imponen los centros internacionales de poder, a ser productores de materia prima, petróleo fundamentalmente.

Riquezas naturales que sólo contribuyen a mantener dinámicas sociales pre-industriales, con corruptas monarquías feudales enquistadas en estados muchas veces dictatoriales, que usufructúan la explotación de esos recursos y a cuya sombra vegetan mayorías empobrecidas, desesperadas en muchos casos.

En este contexto surge el fundamentalismo islámico, en tanto movimiento político-religioso que preconiza la vuelta a la estricta observancia de las leyes coránicas en el ámbito de la sociedad civil.

Deriva su nombre de la aspiración de volver sobre las fuentes, es decir, el Corán, la Sunna (la tradición del Profeta, los dichos y hechos de Mahoma) y la Ley Revelada. Dentro de sus planes están el rescate de los valores propios e intrínsecos al Islam, la restauración del Estado Islámico y la oposición a todo lo que haya entrado en la sociedad musulmana como innovación.

En el seno de este amplio movimiento se encuentran tendencias diversas, antagónicas incluso: sunnitas, chiitas, wahabitas, el Yihad islámico, los Hermanos musulmanes de tendencia sunni, surgidos a finales de los años veinte e implantados fundamentalmente en Egipto pero también en otros paises del occidente musulmán (Sudán, Yemen, Siria,), el movimiento Hamas, la red Al Qaeda, la secta nigeriana Maitatzine, etc.

Si bien está extendido en modo difuso por buena parte de Africa y Asia contando entre sus seguidores a millones de personas, es muy difícil encontrar un hilo conductor único que reúna a todo este movimiento.

No obstante, a pesar de la amplísima pluralidad, existen varios aspectos inmutables del derecho islámico que podemos ver transversalmente en todo el amplio arco del fundamentalismo: el rechazo a admitir el matrimonio de la mujer musulmana con el no musulmán, el rechazo a la posibilidad de que un musulmán pueda cambiar de religión reconociendo su derecho a la libertad de conciencia, el rechazo a admitir la legalidad de los sindicatos para los trabajadores, la pena capital por apostasía, la aceptación de los castigos corporales, y tres desigualdades inmodificables: la superioridad del amo sobre el esclavo, del musulmán sobre el no-musulmán y del varón sobre la mujer, la que es sometida al proceso de ablación clitoridiana a partir del supuesto que no debe gozar sexualmente (el placer debe ser sólo varonil).

El fundamentalismo apegado al Islam primigenio no establece distinción entre política y religión. Por ello en algunos casos, como en Irán, los líderes islamistas suponen que la dirección política de la sociedad debe recaer en los ulemas o líderes religiosos.

Para el fundamentalismo la restauración del Islam originario es la única alternativa viable, la respuesta religiosa frente a los fracasos, las crisis y el secularismo en el que Occidente es el principal causante de los males.

En esta línea, para los fundamentalistas muchos problemas del mundo árabe actual son achacables al abandono de la fe islámica.

Por tanto, lo esencial es volver a las fuentes de la fe, depurar todas las escorias y deformaciones provenientes y resultantes de siglos de decadencia (entienden que la pobreza, el atraso económico, la dominación extranjera, se deberían al abandono del Islam), y recuperar así una edad de oro vista hoy como paraíso perdido.

Este fundamentalismo se ha difundido principalmente entre los estratos más pobres y explotados de las sociedades donde se arraiga, tales como asalariados, campesinos expropiados y empujados a emigrar a la ciudad, trabajadores y pequeña burguesía que gira alrededor de la economía de los bazares, y una parte del clero islámico; pero muy especialmente: en la juventud. Dato importante: el 60 % de la población musulmana de menores de 20 años está desocupada y con un porvenir incierto.

Difundido entre los estratos más pobres de la sociedad, entonces, el fundamentalismo es un movimiento interclasista que, incluso mediante acciones violentas y de terrorismo, se opone a la «modernidad laica» en vez de oponerse a la explotación capitalista y al injusto sistema de comercio internacional (hoy en su versión neoliberal globalizada), verdaderas causas de los actuales sufrimientos de las masas oprimidas.

Como en el Corán está escrito que quienes mueran en la defensa de su fe tendrán bienaventuranza eterna, los feligreses-ciudadanos se ven inducidos a los mayores sacrificios para alcanzar las ambiciones terrenales de sus líderes, hábilmente parapetadas detrás de los textos sagrados y de los ideales religiosos.

Esto explica el terrorismo autoinmolatorio de los fundamentalistas, tan difícil de entender desde la cosmovisión occidental. Cuando un joven islámico se lanza cargado de explosivos contra un objetivo tiene la convicción de que lo hace porque esa es la «voluntad de Dios» y que después de su muerte irá directamente al paraíso para estar junto a Alá.

En el contexto de miseria económica, desempleo y pobreza, las masas de los países musulmanes se encuentran en un callejón sin salida. La arrogancia y desprecio de los monarcas y dictadores en el mundo islámico y árabe añade más combustible al odio y la cólera de las masas.

Visto entonces el fenómeno en esta dimensión sociopolítica, la razón principal para entenderlo está dada por el enorme vacío creado por la falta de propuestas alternativas que se da en estas sociedades, y por la manipulación de las poblaciones apelando a un fanatismo fácil de exacerbar.

Es ahí donde deben empezar a vislumbrarse las respuestas a las preguntas: ¿a quién beneficia este fundamentalismo? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas? La religión, entonces, ¿es el opio de los pueblos?

Como dijera el politólogo pakistaní Lal Khan: «este virulento fundamentalismo es la culminación reaccionaria de las tendencias que en la época moderna, caracterizada por la política y la economía mundiales, intentan recuperar el islamismo.

En los años cincuenta, sesenta y setenta en el mundo musulmán existían corrientes de izquierda bastante importantes.

En Siria, Yemen, Somalia, Etiopía y otos países islámicos, se produjeron golpes de estado de izquierdas, y el derrocamiento de los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la creación del bonapartismo proletario o estados obreros deformados.

En los demás países también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes populistas de izquierda.

En el clima de la Guerra Fría algunos de estos dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales.

A partir de ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior estadounidense fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico moderno como un arma reaccionaria contra la insurrección de las masas y las revoluciones sociales.» (…) «Después de la derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a esta política.

Gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento a estos fanáticos religiosos. La mayor operación encubierta de la CIA en la que ha estado implicado el fundamentalismo islámico ha sido en Afganistán.»

La principal fuente de finanzas del fundamentalismo islámico procede del tráfico de drogas ilegales. Este proceso fue iniciado por el imperialismo estadounidense, pero ahora esta economía negra está interrumpiendo el funcionamiento del propio capitalismo.

Se ha convertido en parte de la política de la CIA el uso de las drogas y otras formas de crimen para financiar la mayoría de las operaciones contrarrevolucionarias en las que participa. Esta política de drogas en Afganistán ha tenido un impacto desastroso en la juventud de todo el mundo.

Hoy el 70 % de la heroína mundial procede de la mafia afgano-pakistaní. Los modernos laboratorios en la frontera de Afganistán y Pakistán (donde se transforma el opio en heroína) fueron instalados con la ayuda de la CIA.

En sociedades donde los Estados son incapaces de proporcionar los servicios básicos a su población (salud, educación y empleo), el fundamentalismo islámico ha utilizado estas privaciones para construir sus propias fuerzas.

Con grandes cantidades de dinero la propuesta fundamentalista ha creado escuelas religiosas (madrassas o escuelas coránicas) para entrenar y desarrollar fanáticos desde muy temprana edad, que después se convertirán en materia prima de la locura religiosa.

Según el economista egipcio Samir Amin este resurgimiento del fundamentalismo no es casual. «Imperialismo y fundamentalismo cultural marchan juntos. El fundamentalismo de mercado requiere del fundamentalismo religioso.

El fundamentalismo de mercado dice: «subviertan el Estado y dejen que el mercado en la escala internacional maneje el sistema». Esto se hace cuando los estados han sido desmantelados completamente. Sin estados nacionales, las clases populares son minadas por la carencia de su identidad de clase. El sistema puede gobernarse si el Sur está dividido, con naciones y nacionalidades peleando entre sí.

El fundamentalismo étnico y el religioso son instrumentos perfectos para propiciar y dirigir el sistema político. Estados Unidos, como muestra el caso de Arabia Saudita y Pakistán, siempre ha apoyado el fundamentalismo islámico».

Definitivamente en el clima de desesperación de grandes masas de musulmanes –y más aún de su juventud– la salida violenta puede aparecer siempre como una tentación.

En ese complejo caldo de cultivo, entonces, hunden sus raíces los movimientos integristas, y la muerte no tarde en campear: estamos así en el campo de la acción armada, en la estrategia terrorista.

Pero ante ello se repite la pregunta: ¿a quién beneficia este fundamentalismo con visos violentos? ¿Es realmente ése un camino de liberación para las empobrecidas y postergadas masas musulmanas?

Retomando lo dicho al principio del presente artículo, la idea generada por las usinas mediáticas del poder en Occidente –con Washington a la cabeza– une fundamentalismo islámico con terrorismo, insistiendo tanto en esta prédica que, hoy por hoy, el mensaje ha terminado por instalarse.

El nuevo peligro que acecha al mundo, según esta ingeniería comunicacional, ya no es el comunismo ni el narcotráfico: es el terrorismo internacional, más aún aquél de cuño islámico. Ahí aparecerá entonces la diabólica figura del nuevo ícono con ribetes hollywoodenses: Osama Bin Laden.

En términos que no dejaron duda, quien fuera asesor de Seguridad Nacional durante la presidencia de Ronald Reagan y coautor de los ultra derechistas documentos de Santa Fe, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinski, describió la política de su país en una entrevista con el periódico francés Le Nouvel Observateur, en 1998, admitiendo que Washington deliberadamente había fomentado el fundamentalismo islámico para tenderle una trampa a la Unión Soviética buscando que ésta entrara en guerra.

«Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su propia guerra de Vietnam», aseguró.

Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, desestimó la pregunta y declaró:

«¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?».

En realidad no estamos ante un «choque de civilizaciones» Islam-Occidente como cínicamente ha presentado en su análisis de la situación mundial el catedrático Samuel Huntington, con lo que, en definitiva, se pavimenta el camino para la supremacía militarista de Washington, autoerigido como campeón en la defensa de la paz mundial.

Si hoy día el «terrorismo islámico» es el nuevo demonio (con Bin Laden como su estrella principal), eso no es sino un maquiavélico montaje mediático.

La relación entre el imperialismo estadounidense y el terrorismo del fundamentalismo islámico es simbiótica. La llamada «guerra antiterrorista» no es más que una cubierta para la violencia militar para lograr los objetivos estratégicos mundiales de los Estados Unidos; y sólo creará más reclutas para los movimientos fundamentalistas islámicos.

Y nuevos actos de terror contra objetivos estadounidenses y occidentales serán la excusa para mayor agresión por parte de los Estados Unidos en todo el mundo. Empezó con los avionazos sobre las Torres Gemelas en New York y el ataque al Pentágono en Washington, en 1991. Luego Madrid con los bombazos en la estación de Atocha, después cualquier ciudad europea… luego cualquier ciudad del mundo.

El clima de terror que se va creando es exactamente un montaje cinematográfico al mejor estilo de Hitchcock. La paranoia ha invadido Occidente, y una población aterrada es lo más fácilmente manejable.

En la agenda de la inteligencia militar estadounidense Bin Laden obedece a dos tipos de construcciones. Una verdadera, asociada con las redes secretas del terrorismo, y otra fabricada para consumo mediático. En la primera, se indica que su formación de soldado terrorista proviene de los sótanos de entrenamiento de la CIA.

Y en la segunda, las evidencias lo señalan como un espectro fantasmal sobre el cual se montan innumerables campañas de prensa internacional. Los resultados son siempre funcionales a los intereses estratégicos de Washington.

De la misma manera que lo utilizó para sus operaciones encubiertas en Asia y en Los Balcanes, ahora la CIA se vale de su imagen para fabricar psicosis terroristas que le sirven a los Estados Unidos para justificar sus nuevas invasiones militares en el rediseño planetario que está poniendo en marcha con los halcones de la Casa Blanca.

La simple emisión de un documental donde aparece su figura dos días antes de las últimas elecciones en Estados Unidos, sin dudas terminó de inclinar la balanza en los aterrados ciudadanos estadounidenses a favor de una propuesta de «mano dura antiterrorista»; y el plan de los republicanos y el complejo militar-industrial-petrolero pudo seguir adelante sin contratiempos.

Una vez más entonces: ¿a quién beneficia este «fundamentalismo terrorista sanguinario»? ¿Es realmente un camino de liberación para las grandes masas? ¿Apuntan a producir algún cambio real en la estructura del poder los bombazos y avionazos habidos y por venir? (porque todo hace prever que vendrán más).

La actual super estrella de la función (del nuevo demonio llamado terrorismo islámico) es la red Al Qaeda y su líder, el –según se dice– ex agente del servicio secreto de los Estados Unidos Osama Bin Laden.

Investigaciones realizadas por el FBI y el organismo antilavado Financial Crimes Enforcement Network, determinaron las conexiones del clan Bush con Salem Bin Laden (el padre de Bin Laden) y el Bank of Credit & Commerce (BBCI).

La investigación reveló que los sauditas estaban utilizando al BCCI para realizar lavado de dinero, tráfico de armas y canalización de los fondos para las operaciones encubiertas de la CIA en Asia y Centroamérica, además de manejar los sobornos a gobiernos y de administrar los fondos de varios grupos terroristas islámicos.

El jefe de Al Qaeda es un ejemplo arquetípico de ese proceso de laboratorio de las nuevas puestas en escena mediáticas. Hijo de millonarios, educado en el selecto colegio Le Rosey, en Suiza, su juventud fue la de un play-boy del jet set, en medio de lujos y escándalos en las capitales occidentales y en Arabia Saudita, pasando a ser posteriormente el referente de Washington en la nueva estrategia de manipulación de los fundamentalismos, jugando luego un papel clave en la avanzada anticomunista en Afganistán.

Evidentemente el engendro dio resultado: la Unión Soviética encontró su Vietnam. Y hoy día el papel que sigue jugando es absolutamente funcional a la nueva estrategia del completo militar-industrial y las petroleras estadounidenses: un monstruo feroz y ávido de sangre amenaza Occidente (¿será posible que con miles de soldados buscándolo por todos lados no aparezca?), la civilización humana, la especie toda.

Ahí está Bin Laden poniendo bombas por todos lados, ahí están esos fanáticos fundamentalistas musulmanes constituyéndose en enemigos de la humanidad, y ahí están las fuerzas armadas del gran país teniendo la justificación universal para su proyecto de defensa planetaria. El miedo está instalado; ahora hay que perpetuarlo.

«Debemos ser honestos con nosotros mismos y con el pueblo norteamericano acerca del mundo en que vivimos», dijo George Tenet, ex director de la CIA. «Un éxito completo contra esa amenaza es imposible.

Algunos atacantes alcanzarán sus fines, a pesar de nuestros decididos esfuerzos y las defensas que establezcamos». Vivimos en alerta, asustados. El único camino, entonces, es terminar con esta fiera feroz que acecha de continuo. ¡Gracias Estados Unidos por defendernos!

Valga agregar que con la estructura económico-social que presenta nuestra aldea global –no muy justa, por cierto– actualmente se dan a nivel planetario 6.000 muertes diarias por diarrea, 11.000 muertes diarias por hambre, 3.800 personas mueren a diario por la infección de VIH/SIDA, mientras que cada día 150 fallecen por consumo de drogas y otros 720 seres humanos mueren por accidentes automovilísticos, en tanto que el siempre mal definido «terrorismo» produce, en promedio, 11 muertos diarios.

Aún a riesgo de ser reiterativos: ¿quién se beneficia de este despertar fundamentalista musulmán? ¿Algún musulmán quizá? ¿Algún ciudadano de a pie de alguna parte del mundo?

Todo indicaría, así las cosas, que esta «religiosidad» en juego en el mundo musulmán, lo que menos tiene es, justamente, religión.

De Bush a Obama. Por qué EEUU mantiene viva la «amenaza» terrorista

De Bush a Obama. Por qué EEUU mantiene viva la «amenaza» terrorista

Los «planes contraterroristas» son el principal rubro de facturación de los presupuestos armamentistas a escala global
Geopolítica – 18/02/2011 8:03 – Autor: Redaccion – Fuente: www.prensaislamica.com
(Foto: skyscraperlife.com/
(Foto: skyscraperlife.com/

EEUU, con la administración Bush tras el 11-S, no solamente instaló un nuevo sistema de control político y social por medio de la manipulación mediática con el «terrorismo», sino que además inauguró un «nuevo orden internacional» (sustitutivo de la «guerra fría» con la ex URSS) basado en la «guerra contraterrorista» que sirvió de justificación a las nuevas estrategias expansionistas del Imperio norteamericano y de las trasnacionales capitalistas. Obama continúa esa estrategia.

Este miércoles la secretaria de Seguridad Interna norteamericana, Janet Napolitano, dijo que las amenazas de ataques terroristas contra EEUU están posiblemente en su «mayor nivel» desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.

«En algunas maneras, la amenaza hoy puede estar en su mayor nivel desde los ataques de hace casi diez años», agregó.

En una presentación ante el comité de Seguridad Interna del Congreso, Napolitano consideró que Al Qaeda «aún representa una amenaza para Estados Unidos a pesar de la disminución de sus capacidades» y que su país también afronta «amenazas de varios grupos que comparten la ideología extremista y violenta de Al Qaeda.

Desde el 11-S hasta aquí, la recurrencia de denunciar la «amenaza terrorista» en territorio de EEUU es casi un acto burocrático y periódico de los funcionarios de la Casa Blanca.

En agosto de 2009, el ex secretario de Seguridad Interior (en la era Bush), Tom Ridge, confesó en un libro que las alertas con las amenazas de ataque «terrorista» de Al Qaeda incrementaban el temor en la sociedad estadounidense y subían la popularidad de Bush, cuya administración las utilizaba con fines electorales.

La revelación (más allá de ser una herramienta para publicitar el libro) trascendió la administración Bush, y puso sobre el tapete la utilización del terrorismo en operaciones psicológicas orientadas a generar consenso social y legitimación política a la «guerra contraterrorista» lanzada con la conquista militar de Afganistán e Irak tras el 11-S.

Develando por primera el uso del «terrorismo» como herramienta de Estado (revelado en infinidades de informes considerados hasta ahora como «conspirativos»), Tom Ridge, afirmó que fue presionado por altos funcionarios de la Casa Blanca para que elevara el nivel de la alerta nacional antes de las elecciones presidenciales de 2004 para favorecer la reelección de George W. Bush.

Ridge relató que, como se negó a hacerlo, lo convencieron de que había llegado la hora de renunciar al cargo (como efectivamente lo hizo).

Estas confesiones aparecieron en un libro de Ridge «La prueba de nuestro tiempo: Estados Unidos asediado… y cómo podemos estar nuevamente seguros» (The Test of Our Times: America Under Siege … and How We Can Be Safe Again) editado en septiembre de 2009.

En el libro Ridge cuenta que pese a los pedidos del ex secretario de Defensa, Donald H. Rumsfeld, y del entonces secretario de Justicia John Ashcroft, él se opuso a elevar el nivel de alerta y, finalmente, no fue elevado, aunque le costó el cargo.

Semanas antes de las elecciones habían sido difundidas dos grabacioness de Al-Qaeda: una con Osama Bin Laden y la otra con un hombre llamado «Azzam el estadounidense».

La CIA -como lo hace siempre- reconoció la «autenticidad» de las amenazas y «reveló» que detrás de la «conexión terrorista» se encontraba, Adam Gadahn, alias «Azzam el estadounidense» un californiano de 26 años buscado intensamente por el FBI.

El aumento de la «alarma terrorista» en EEUU poco antes de las presidenciales de 2004 pretendía influir en los resultados y favorecer a George W. Bush, afirma Ridge en su libro.

Bush y el candidato contrincante demócrata John Kerry -señala- estaban muy igualados en las encuestas y los funcionarios claves de Bush afirmaban que el video de Bin Laden, incluso sin elevar el nivel de alarma, contribuiría a una victoria final de Bush por un resultado abrumante.

Pese a todo se tomaron grandes prevenciones de seguridad en edificios públicos y en lugares claves de Nueva York, lo que ayudó a recrear el «clima terrorista» que lo llevó a Bush a ganar las elecciones y ser reelecto en el cargo presidencial.

En pleno despliegue del aparato de seguridad para prevenir el «ataque terrorista», Ridge renunció el 30 de noviembre del 2004.

Terrorismo de Estado imperial

Desde el punto de vista geopolítico y estratégico, el «terrorismo» no es un objeto diabólico del fundamentalismo islámico, sino una herramienta de la Guerra de Cuarta Generación que la inteligencia estadounidense y europea vienen utilizando (en Asia y Europa) para mantener y consolidar la alianza USA-UE en el campo de las operaciones, para derrotar a los talibanes en Afganistán, justificar acciones militares contra Irán antes de que se convierta en potencia nuclear, y generar un posible 11-S para distraer la atención de la crisis recesiva mundial.

A nivel geoeconómico se registra otra lectura: Si se detuviera la industria y el negocio armamentista centralizado alrededor del combate contra el «terrorismo» (hoy alimentado por un presupuesto bélico mundial de US$ 1,460 billones) terminaría de colapsar la economía norteamericana que hoy se encuentra en una crisis financiera-recesiva de características inéditas.

Esta es la mejor explicación de porqué Obama, hoy sentado en el sillón de la Casa Blanca, ya se convirtió en el «heredero forzoso» de la «guerra contraterrorista» de Bush a escala global.

La misma interpretación se puede inferir para las potencias de la Unión Europea que adhieren a los planes globales de la «guerra contraterrorista», así como para China, Rusia y las potencias asiáticas cuyos complejos militares facturan miles de millones con armas y tecnología destinadas al combate contra el «terrorismo».

Como se sabe, los «planes contraterroristas» son el principal rubro de facturación de los presupuestos armamentistas a escala global y conforman la mayor tasa de rentabilidad de las corporaciones de la guerra que giran alrededor de los complejos militares industriales de EEUU, Europa y Asia.

Este escenario, con las potencias centroasiáticas (que compiten por áreas de influencia con el eje USA-UE) adhiriendo a la «guerra contraterrorista» liderada por EEUU, marca con claridad como Al Qaeda y Bin Laden (un invento histórico de la CIA) ensambla en un solo bloque al sistema capitalista más allá de sus diferencias sectoriales.

La «simbiosis» funcional e interactiva entre Bush y Al Qaeda tiñó ocho años claves de la política imperial de EEUU. A punto tal, que a los expertos les resulta imposible pensar al uno sin el otro.

Durante ocho años de gestión, Bin Laden y Al Qaeda se convirtieron casi en una «herramienta de Estado» para Bush y los halcones neocon que convirtieron al «terrorismo» ( y a la «guerra contraterrorista») en su principal estrategia de supervivencia en el poder.

Hay suficientes pruebas históricas en la materia: El 11-S sirvió de justificación para las invasiones de Irak y Afganistán, el 11-M en España preparó la campaña de reelección de Bush y fue la principal excusa para que EEUU impusiera en la ONU la tesis de «democratización» de Irak legitimando la ocupación militar, el 7-J en Londres y las sucesivas oleadas de «amenazas» y «alertas rojas» le sirvieron a Washington para instaurar el «terrorismo» como primera hipótesis de conflicto mundial, e imponer a Europa los «planes contraterroristas» hoy institucionalizados a escala global.

Decenas de informes y de especialistas -silenciados por la prensa oficial del sistema- han construido un cuerpo de pruebas irrefutables de que Bin Laden y Al Qaeda son instrumentos genuinos de la CIA estadounidense que los ha utilizado para justificar las invasiones a Irak y Afganistán y para instalar la «guerra contraterrorista» a escala global.

La «versión oficial» del 11-S fue cuestionada y denunciada como «falsa y manipulada» por un conjunto de ex funcionarios políticos y de inteligencia, así como de investigadores tanto de EEUU como de Europa, que constan en documentos y pruebas presentados a la justicia de EEUU que nunca los investigó aduciendo el carácter «conspirativo» de los mismos (Ver: Documentos e informes del 11-S. / Al Qaeda y el terrorismo «tercerizado» de la CIA / La CIA ocultó datos y protegió a los autores del 11-S / Ex ministro alemán confirma que la CIA estuvo implicada en los atentados del 11-S / Informe del Inspector General del FBI: Más evidencias de complicidad del gobierno con el 11-S / Atentados del 11-S: 100 personalidades impugnan la versión oficial )

El aparato de la prensa sionista internacional, a pesar de su marcada tendencia «anti-Bush», jamás se hizo eco de estas investigaciones y denuncias que se siguen multiplicando, mientras que sus analistas sólo toman como valida la «versión oficial» instalada en la opinión pública a escala global.

El establishment del poder demócrata que hoy controla (y que ejerce la alternancia presidencial con los republicanos en la Casa Blanca) jamás mencionó la existencia de estas investigaciones y denuncias en una complicidad tácita de ocultamiento con el gobierno de Bush.

Simultáneamente, y durante los ocho años de gestión de Bush, los demócratas no solamente avalaron las invasiones de Irak y de Afganistán y votaron todos los presupuestos de la «guerra contraterrorista», sino que también adoptaron como propia la «versión oficial» del 11-S.

Este pacto de silencio y de encubrimiento entre la prensa y el poder imperial norteamericano preservó las verdaderas causas del accionar terrorista de Bin laden y Al Qaeda, cuyas «amenazas» periódicas son publicadas sin ningún análisis y tal cual la difunden el gobierno y sus organismos oficiales como la CIA y el FBI

Obama, el heredero

La administración Bush, tras el 11-S, no solamente instaló un nuevo sistema de control político y social por medio de la manipulación mediática con el «terrorismo», sino que además inauguró un «nuevo orden internacional» (sustitutivo de la «guerra fría» con la ex URSS) basado en la «guerra contraterrorista» que sirvió de justificación a las nuevas estrategias expansionistas del Imperio norteamericano y de las trasnacionales capitalistas.

En términos geopolíticos y militar-estratégicos, con la utilización de la leyenda mediática de Bin Laden y el peligro del «terrorismo internacional», a partir del 11-S el Imperio norteamericano (potencia locomotora unipolar del planeta desde la caída de la URSS) sustituía aspectos claves de su supervivencia como Estado imperial.

En un planeta sin guerras inter-capitalistas, ya casi sin conflictos armados (al margen de Irak, Afganistán y Medio Oriente), la leyenda de Bin Laden y el «terrorismo internacional» sirvió (y sirve) para alimentar y justificar las estrategias expansionistas del Imperio norteamericano, para crear nuevos y potenciales mercados a la trasnacionales capitalistas de EEUU y Europa, y para mantener en funcionamiento a los complejos militares industriales que han encontrado en la «guerra contraterrorista» su nueva tajada ganancial en el negocio armamentista.

A diferencia de Bush, que inventaba conspiraciones con el «terrorismo islámico» para perseguir y espiar a sus enemigos internos, Obama preparó el terreno para la utilización de la conspiración de «derecha» antisemita con el mismo objetivo.

La estrategia no es nueva: Durante la pasada campaña electoral que lo consagró presidente de EEUU, Obama denunció en varias oportunidades potenciales ataques supuestamente planeados por grupos «extremistas de derecha» orientados a la persecución racial.

Como señalan los adoradores de Maquiavelo: Si no hay enemigo ni peligro a la vista, hay que inventarlo para generar consenso.

Bush y el lobby judío de halcones neocon, edificaron consenso y apoyo interno agitando y denunciando el peligro del «terrorismo islámico» como amenaza permanente a la «seguridad nacional» de EEUU. Dentro de esa bolsa metían a todos los que se le oponían.

Obama y el lobby judío liberal que lo secunda iniciaron otra práctica no menos peligrosa: El peligro acechante de la «derecha antisemita» que amenaza con el odio racial y la desintegración social de EEUU.

De esta manera la «derecha antisemita» se complementa en lo interno con la «amenaza terrorista» del «terrorismo islámico» en el plano internacional.

¿Y quienes son los amenazados? Judíos, inmigrantes y negros: La clientela electoral de Obama.

¿Y quienes son los malos que amenazan? Los que promueven la «ola antisemita» que amenaza la «seguridad nacional» de EEUU. En esa bolsa van a meter a todos los que se opongan al gobierno de Obama, incluidos los musulmanes «antisemitas» que alimentan las redes del «terrorismo islámico».

No bien asumió en su cargo de presidente de EEUU, Obama prometió «barrer a los terroristas» de sus refugios en Pakistán y advirtió que Al Qaeda está planeando nuevos ataques, al dar a conocer su nueva estrategia para la guerra de ocupación contra los talibanes en Afganistán.

El presidente USA afirmó que las conflictivas regiones fronterizas de Pakistán son «el lugar más peligroso del mundo» para los norteamericanos y describió a la red Al Qaeda como un «cáncer» que podría devorar a Pakistán, a más de siete años de los ataques del 11 de septiembre.

Bien empleada, la herramienta «terrorismo» (un arma que combina la violencia militar con la Guerra de Cuarta Generación) tiene como objetivo central: Generar una conflicto (o una crisis) para luego aportar la solución más favorable a los intereses del que la emplea.

Por ejemplo: El 11-S (activado por la CIA infiltrada en los grupos islámicos) en EEUU fue el detonante del conflicto, y la «guerra contraterrorista» posterior, y las invasiones a Afganistán e Irak, fueron parte de la alternativa de solución.

Entre los varios objetivos encubiertos de la campaña con la «amenaza terrorista internacional» lanzada en los últimos días por la Casa Blanca y las potencias centrales europeas, sobresale nítidamente el de preparar el «clima» y la justificación para iniciar operaciones militares en alta escala en Medio Oriente, Yemen, Sudán y Somalía.

Tanto Washington como las potencias de la Unión Europea han mantenido históricamente denuncias constantes de «ataques terroristas islámicos» en planes de ejecución, pero que efectivamente no han sucedido, desde el 7 de julio de 2005, fecha del atentado terrorista al metro de Londres.

En una versión degradada (marcada por la decadencia del Imperio), Barack Obama ya recita casi textualmente la «doctrina Bush» de las guerras preventivas contra el «eje del mal» como estrategia de apoderamiento de mercados y de recursos estratégicos que el Imperio y sus corporaciones necesitan para renovar sus ciclos de expansión capitalista.

Terminado el marketing electoral, con un Imperio USA colapsado por la crisis económica y las contradicciones internas, el presidente negro comenzó a aplicar a rajatabla la «guerra contraterrorista» como estrategia imperial de Estado en el marco de la política exterior.

Obama y el lobby judío liberal que lo secunda renuevan constantemente la «amenaza terrorista» como una estrategia continuista de la era Bush reciclada en los marcos del «progresismo» imperial.

Y esto reafirma una tendencia ya probada: La «guerra contraterrorista» no fue unapolítica coyuntural de Bush y los halcones neocon, sino una estrategia global del Estado imperial norteamericano diseñada y aplicada tras el 11-S en EEUU, que ya tiene una clara línea de continuidad con el gobierno demócrata de Obama.